Algunas reflexiones polémicas (para algunos) a las que hay que hacer frente desde la racionalidad y no desde la visceralidad. No hay que posponer sino proponer.
Clamor Republicano
República es una forma de gobierno, ya lo hemos repetido hasta la saciedad, donde no existe la posibilidad de que el Borbón y su prole sigan viviendo de lujo a nuestro cargo. ¿Es bueno no tener monarquía? indiscutiblemente sí, bueno y saludable. Es mejor tener un presidente de la República al que finiquitar cuando creamos oportuno, mediante el voto ciudadano, que un rey o reina sin fecha de caducidad. Por ende la república hasta la fecha es la manera más democrática conocida, no por ello la más perfecta, de gobernar un país.
La tricolor fue la bandera de la I y la II República, no sabemos si lo será de la III o si habrá tercera al modo de la segunda. Seguramente no, porque nuestro deber ciudadano es evolucionar y progresar hacia estadios más democráticos y eso supondrá cambiar el modelo de estado o estados que se formarán a partir de la abolición de la monarquía.
¿Por qué los republicanos de izquierda salimos a la calle con la tricolor? Esta bandera también ondeaba en los edificios oficiales durante el bienio negro y se llevó a cabo la sangrienta represión de la revolución de octubre por parte del gobierno pro-fascista de la República bajo la misma. Seguramente si no hubiera habido un golpe de estado fascista contra la legalidad republicana vigente, gobernada por un frente popular de izquierdas y si al morir el dictador nos hubieran convocado a las urnas para decidir si queríamos monarquía o república, seguramente no saldríamos a la calle con la tricolor. Es por tanto esta bandera un símbolo de la lucha contra el fascismo y contra la reacción, tan vigente hoy como lo estuvo a partir del 17 de julio de 1936. Es un símbolo de la democracia plena y esta implica la capacidad ciudadana de convocar referéndums vinculantes y a expresar mediante sufragio que es aquello que le conviene a los ciudadanos.
Por lo tanto la tricolor no es incompatible con las banderas que reclaman libertad para sus pueblos, siempre que estas las enarbolen republicanos o antimonárquicos. Una cosa tan evidente y tan normal levanta ampollas entre los fervorosos republicanos que velan por la unidad de su España como entre los independentistas que quieren resucitar reyes medievales que poner al frente de sus nuevos estados. La cuestión entonces es si nos dividimos en dos bloques: republicanos tricolor (de derechas, de izquierdas, por la unidad de España, por el federalismo, por el derecho a decidir de cada una de las naciones de este estado plurinacional, católicos, laicos…) por un lado, e independentistas (de derechas, izquierdas, monárquicos, fascistas, republicanos, ultranacionalistas…) de otro. Lo lógico sería que todos los republicanos de izquierda convencidos de que la lucha contra la involución fascista que sufrimos, que conlleva restricción de derechos y donde los que abogamos por la libertad de expresión estamos bajo sospecha por exponer cuestiones totalmente democráticas, nos encontráramos en la misma trinchera. No es extremismo, para muestra un botón: mientras los niños pijofascistas de Madrid se emborrachan y al grito de homosexuales queman coches policiales para divertirse sin consecuencia alguna, otros chicos son condenados por pegar carteles en Nafarroa.
¿A qué esperamos? No somos todos antifascistas, no somos antimonárquicos, no estamos por los plenos derechos de la ciudadanía y por el respeto de los derechos humanos, pues dejemos que convivan nuestras banderas, unamos nuestras fuerzas en pos de un estado o de unos estados que puedan relacionarse libremente y cooperar para seguir cambiando el mundo. Un mundo de igualdad, solidaridad y justicia donde se respete la tierra y se dé dignidad a sus habitantes.
Sorprende que en un país tan sumamente individualista donde la colectividad nos la trae al pairo y los problemas del vecino no nos afectan hasta que son los nuestros propios, y cuando es así, pasamos por encima de éste para solventarlos; en un país donde todo va mal: la economía, la democracia, la garantía de las libertades, no se sale a la calle más que a mostrar dolor o alegría por los eventos balompédicos, celebrar incívicos botellones o a protestar por el trato que recibe Belén Esteban; en un país donde el carácter segregacionista local y personal es seña de identidad, parece mentira que se ponga el personal tan histérico y que se una tanto a la hora de reivindicar la unidad de España, a lo grande y libre, como marcó la impronta de Franco. Debe ser que estos mismos que odian a los habitantes de los territorios de los que no quieren prescindir, todavía viven en aquello de que los países muestran su poderío a golpe de km2, como en tiempos del imperialismo colonial. No se han enterado de que ahora el poder se llama euro, dólar o yen y que caben muchos en pocos km2, a veces no necesitan ni un metro porque se amontonan en paraísos fiscales virtuales. Luxemburgo, Andorra, Mónaco, Holanda no creo que se cambiaran por la gran España que muchos temen que se rompa. El capital impone sus fronteras a su interés, límites mucho más perjudiciales y que determinan las vidas de los ciudadanos al antojo de su beneficio, pero no nos revelamos contra él con las vísceras en la mano.
No pospongamos, propongamos y trabajemos por una república que respete el derecho a decidir.
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