jueves, 13 de agosto de 2009

Valor y hombría de la erzaintza.


Se les nota en esa impensable expresión de gozo ante el dolor ajeno. Tienen además la venia del valiente consejero de interior, otro personaje tan ejemplar como esa escena.
Carlos Tena
La foto no tiene desperdicio. La mujer que yace en el suelo, amenazada por unos cuantos agentes de la policía vasca (como si fuera portadora de artefactos espantosos), lleva en su seno una peligrosísima arma de destrucción masiva: la palabra. Es mensajera de los ideales de quienes aspiran a un mundo mejor, expuestos a partir de algo tan esencial e incomprensible para los uniformados como es el diálogo. Pertenece a un sector de la ciudadanía que aspira a disfrutar de un entorno, de un país, el que se destierre la violencia gratuita, donde los tribunales apliquen una justicia que sea tal; un mundo en el que quienes arrojan pelotas de goma y descargan porrazos a diestro y siniestro, puedan ser expulsados de su puesto de trabajo, para que esa rabia y odio que esconden hacia sus semejantes, no caiga sobre los ciudadanos que combaten por ese sueño.

Quienes así se han lanzado sobre esa pacífica ciudadana, que ejercita su innegable e inalienable derecho a defender la democracia, dejan nítidamente claro, que lo único que hasta ahora saben hacer, entregando lo mejor de su inteligencia, es masacrar a personas, en pie o ya caídas en el pavimento, aunque se abalanzan sobre un anciano con idéntico coraje, un adolescente o un joven. Y les agrada. Se les nota en esa impensable expresión de gozo ante el dolor ajeno. Tienen además la venia del valiente consejero de interior, otro personaje tan ejemplar como esa escena, que debería repugnar a cualquier ser humano que se precie de serlo.

¡Qué valientes son los mozos de la policía vasca¡ ¡Qué hombría la suya, cargando como los hunos sobre un cuerpo frágil y desarmado¡ ¡Qué valor el de estos chicarrones, que ocultan su rostro para evitar que el vecindario donde residen no le señalen con el dedo y la palabra: “Ahí van esos héroes, que golpearon sin tino a una mujer indefensa”¡

Mientras tanto, en los programas de TV de medio mundo, los espectadores se estremecen con historias sangrientas, en las que maridos asesinan a sus esposas, novios a sus novias, homosexuales a sus parejas, pero no les inmuta que decenas de miembros uniformados, descarguen una cascada de golpes sobre una persona tendida en el suelo, sin que esta haya cometido otro delito que salir erguida, con la dignidad en la mirada frente a la pretendida hombría y coraje de esa mesnada de uniformados, educados, entrenados y aleccionados para llevar a los hospitales (si es posible con varios huesos rotos), a los ciudadanos que anhelan democracia mucho más auténtica. Un comportamiento ejemplar el de estos agentes, que denota la hombría de quienes están al frente de ese mini ejército, que va sembrando a su paso el miedo y el desprecio por la ciudadanía.

¿Es hoy la Ertzaintza un orgullo para el País Vasco? No lo creo. Por imágenes como esta y las que se han publicado en centenares de ocasiones, su estrategia se aproxima a aquella policía que comandaba el responsable, aún no procesado, del asesinato a balazos de cinco trabajadores en Vitoria, en aquel luctuoso Marzo de 1976. Su nombre: Manuel Fraga Iribarne. Su cómplice: Rodolfo Martín Villa. El superior de ambos: Juan Carlos de Borbón.

Como alguien juicioso y sensato no ponga antes remedio a ello, este recio y valiente cuerpo de policías vascos, llegará el día en que emulará los crímenes de aquellos. Por el bien de todos, espero que esa persona aparezca pronto. Mientras tanto, los familiares y allegados de quienes forma parte del cuerpo llamado Ertzaintza, tiene suficientes motivos para entablar conversación y preguntarles: ¿Qué se siente al golpear salvajemente a una mujer indefensa en el pavimento?

Espero que muchos coincidan conmigo: un asco y un desprecio indefinibles.

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